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martes, 6 de agosto de 2024

Leemos juntos

Título: La Odisea

Autor:  Homero

Resumen:

Cap. VII

Atenea, protectora

Las olas jugaban con la balsa y las vestiduras de Ulises estaban empapadas y cada vez se hacían más pesadas y lo arrastraban hacia el fondo.

Por fin pudo ponerse a flote y lo primero que hizo fue buscar con la mirada la balsa que danzaba cerca de él. con mucho esfuerzo logró agarrarse de ella y los vientos seguían zarandeando la embarcación.

Una hermosa ninfa que vagaba por ahí  se apiadó del héroe. Levantó vuelo sobre las aguas, se posó sobre la balsa y le dijo:

_Mucho te atormenta el dios del mar, pero su poder no puede hacerte morir. Cíñete mi velo a tu cintura, despójate de tus ropas mojadas, deja que la balsa sea arrastrada y arrójate al mar. Nada hacia la tierra y, cuando la toques arroja el velo al mar que él vendrá asta donde esté.

Ulises desconfió de la ninfa y de la bondad de los otros dioses. No siguió el consejo y decidió quedarse en la balsa mientras los troncos permanecieran unidos.

Pero el dios del mar envió contra la balsa una ola que al chocarla la destruyó. Los troncos flotaron dispersos. Ulises pudo asirse a uno y se subió y, en la desesperación decidió seguir el consejo de la ninfa.

Ulises nadaba y nadaba por el ancho mar. Atenea, la diosa de la sabiduría lo contemplaba apesadumbrada por sus sufrimientos y logró que casaran los vientos, excepto el del norte.

_Sopla, sopla a tu antojo, fuerte viento del norte_dijo la diosa de la sabiduría._Sopla hasta que el héroe toque con sus pies la tierra de los feacios. El héroe nadaba vigorosamente, después de cuatro días divisó tierra cercana. Era la isla de los feacios.

Se hallaba muy cerca de la tierra, se veían los arboles de los bosques que cubrían la isla, cuando lo asustó un ruido formidable. Era producido por las olas al chocar contra las rocas, porque la isla estaba rodeada de altísimos acantilados.

Ulises pensó, "Veo la tierra, al fin, pero esto es más doloroso, ya que no pasaré de estos lugares con vida ni jamás pisaré esas playas prometedoras.

Mientras Ulises vacilaba, una ola lo arrastró hasta donde era más feroz la arremetida de las aguas contra la roca. Con la inspiración de Atenea, Ulises nadó rápidamente hacia la roca y se aferró a ella esperando el choque del agua. La ola lo arrastró de nuevo, casi moribundo permaneció Ulises un momento dispuesto casi a dejarse morir, pero Atenea le inspiró otra idea feliz.

Nadando Ulises rodeó en busca de un lugar más apropiado para tocar tierra. Pero se encontró con la desembocadura de un río, Ulises afligido, suplicó al río que se apiadara de él y éste fue benévolo y sus aguas lo llevaron hasta la tierra.

Ulises estaba agotado y casi moribundo, tocó la playa pudiendo apenas sostenerse en pie y con mucho esfuerzo se acercó a la orilla rocosa, desprendió de la cintura el velo de la ninfa y lo arrojó al agua.

Ligero, ligero, el velo se deslizó sobre la corriente, se adentró en el mar... las aguas se abrieron para dar paso a la ninfa, que surgió de entre ellas y lo recogió, tras lo cual volvió a hundirse en el mar. Ulises derramando lágrimas de agradecimiento, besaba la tierra. Subió después hasta lo alto de la colina y llegó a un bosque donde habían dos olivos espesos que ni el sol ni la lluvia podían pasar. Allí se hizo una cama mullida y se echó a dormir.

Atenea, protectora del héroe errante, ordenó al sueño que fuese a cerrar sus párpados y le inspirara sueños gratos y dulces que lo compensaran de todas penalidades pasadas.

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