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lunes, 8 de julio de 2024

Leemos juntos

 Título: La Odisea

Autor: Homero

Resumen

V

Nuevos peligros

Ulises guardó silencio sobre los siguientes peligros que acecharían a su tripulación, pues era temible pasar a través de Escila y Caribdis.
Temía que, si les contaba a sus hombres acerca de esos terribles monstruos, se aterrorizaran, dejarían sus remos y se arrojaran al mar. Así fue que mantuvo en secreto las advertencias de Circe.
Luego de abandonar las rocas erráticas, la nave debía pasar por un lugar muy angosto. A cada lado del mismo se levantaban dos rocas altísimas.
A la izquierda se elevaba una de ellas, de color negro, brillante y resbaladiza como mármol pulido, nadie podía treparla. Aún en los días más hermosos estaba cubierta por una nube negra. En frente tenía otra gran roca.
En esta roca negra y dentro de una cueva oculta, vivía Escila. Un monstruo fantástico con doce patas y seis cabezas de cuyas bocas asomaban afilados colmillos. Ladraba día y noche sin parar como un perro rabioso. Devoraba a cuanto animal pudiera acercarse y cada vez que un navío atravesaba el lugar se hacía un banquete, ya que cada una de sus cabezas podía engullir un marinero rápidamente.
Frente a la roca que servía de morada a Escila, se encontraba otra roca altísima a cuyo pie crecía un árbol muy tupido. Entre sus raíces, había una cueva y allí vivía Caribdis, otro terrible monstruo. Caribdis absorbía el agua del mar tres veces por día, haciéndola penetrar en su cueva. Luego lo devolvía otra vez al mar, pero todo lo que penetraba en la cueva, Caribdis lo despedazaba.
La hechicera Circe le había advertido: Tienes que elegir Ulises, entre la suerte de pasar al lado de Caribdis sin problemas pero con probabilidad de destrucción total, o por otro lado acercarte a Escila te hará mucho daño pero podrás continuar. Escila es inmortal y no la vencerás. Lo único que puedes hacer es huir a todo remo, lo más veloz posible.
Como el mar estaba tranquilo, intentaron pasar el paso angosto y cuando el barco estaba atravesando las rocas los marineros notaron el remolino de Caribdis y se acercaron a Escila para salvar la nave. Ulises, al oír los ladridos de Escila, se calzó la armadura y se ubicó en la proa de la nave, esperando que asomara sus cabezas, con la intención de enfrentarla.
Pero Escila era muy fuerte, lanzó sus seis cabezas y con un solo movimiento arrebató a seis marineros del puente. Los hombres gritaban y lloraban extendiendo sus brazos, suplicando ayuda sin que sus compañeros pudieran hacer cosa alguna para liberarlos de tan fatídica muerte.
Consiguió el barco de Ulises sobrepasar a Escila, pero el triste espectáculo de ver a sus compañeros morir dejó a los marineros en una profunda tristeza y la desolación. Habían perdido unos amigos y además conocían que las víctimas habían podido ser ellos.
Con el pesar de los hombres de Ulises, el barco se alejó de las rocas de Escila y Caribdis en busca de su añorada Itaca.
Tras pasar por el estrecho de Escila y Caribdis, y después de varios días de navegación, vieron una bonita isla llena de prados, cubierta de verde hierba donde pastaban con tranquilidad rebaños de vacas y ovejas.
Ulises reconoció que se hallaba ante la isla que guardaba los rebaños del Sol, de la cual la bella hechicera Circe le había hablado que si él o sus hombres matan una sola de las vacas del sol, una maldición caerá sobre la nave y sus marineros y aunque logres salvar tu vida, tus compañeros morirán y si logras volver a Itaca, lo harás en un estado lamentable.
Ulises quiso seguir de largo pero algunos de sus hombres comenzaron a protestar estamos cansados y agotados, necesitamos unos días en tierra. El resto de los hombres se unió a la protesta y Ulises no tuvo más remedio que aceptar sus reclamos. Pero antes de desembarcar les hizo prometer que no tocarían ni una oveja ni una vaca del Sol.Las vacas del dios Helios
Los hombres le aseguraron que no tocarían los rebaños, ya que la hechicera Circe les había regalado abundantes provisiones para abastecerse durante mucho tiempo.
Esa misma noche se desató un terrible tormenta que duró más de un mes. Con el correr del tiempo las provisiones comenzaron a escasear y comenzaron a padecer hambre. La isla si bien era hermosa, ni la caza ni la pesca era suficiente como para satisfacerlos.
Un día en que Ulises se internó en el bosque, Euriloco, el cuñado de Ulises, comenzó a instigar a los hombres diciendo:- hemos sufrido toda clase de desgracias, pero no comprendo por qué tenemos que padecer hambre tambíen mientras pastan a nuestro alrededor todas estas magnificas vacas.
Podríamos sacrificar algunas terneras con la promesa de construir un gran templo al Sol ni bien lleguemos a Ítaca.
Los hombres, que ya venían arrastrando la escasez de alimento durante varios días se plegaron a la propuesta de Euriloco sin pestañear. Rápidamente prepararon el fuego algunos y otros sacrificaron unas terneras a las que asaron y luego se dieron un festín acompañado por el vino que les quedaba.
Ulises, que se había quedado profundamente dormido, en medio del bosque, despertó sintiendo un fuerte olor a carne asada y corrió hasta donde acampaban sus hombres. Allí, horrorizado comprobó que el daño ya estaba hecho y no había nada que pudiera hacer para remediar el mal.
Todos fueron testigos del más horripilante acontecimiento. De la carne de las vacas asadas, surgían mugidos de dolor y los cueros que habían quedado, se contorneaban y retorcían, mientras por todas partes se escuchaban tristes lamentos de vacas.
Al cabo de seis días, el tiempo mejoró y Ulises decidió que era el momento de zarpar y alejarse de la isla.
Cuando se encontraron en alta mar, una nube negra se posó sobre la nave y parecía que la tempestad estaba dirigida exclusivamente a ella. Un rayo partió el mástil en dos y al caer arrastró al timonel hacia las aguas embravecidas del mar, al mismo tiempo comenzó a prenderse fuego, la nave giró hacía un costado y todos los hombres, excepto Ulises, cayeron al mar.
El héroe de Troya se aferró con todas sus fuerzas a lo que quedaba de la nave, sin poder luchar, solo dejándose llevar por las enfurecidas aguas.
Los vientos huracanados, hicieron retroceder la nave nuevamente, hasta donde se encontraban los peligrosos monstruos de Escila y Caribdis. Cuando Caribdis con su remolino, comenzó a tragar las aguas y a la destruida nave, Ulises, de un salto, se aferró a una rama del árbol que se hallaba a la entrada de la cueva de Caribdis, y, cuando el monstruo, devolvió la nave al mar, de un salto. Se aferró a lo que quedaba del mástil, logrando sortear esa contingencia con éxito. Escila, por suerte, no salió de su cueva y pronto, Ulises se vio liberado de esos dos peligros.
Pronto se encontró Ulises, solo en alta mar a merced de los vientos, viendo más lejana la posibilidad de volver a su patria con vida.
Cuando ya no podía más, cuando se abandonaba a la voluntad de los dioses, el trozo de mástil chocó contra la orilla de una isla. 
Esta isla pertenecía a la hermosa diosa Calipso a quien temían todos los hombres.

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